viernes, 23 de marzo de 2007

APOLOGÍA DE SÓCRATES

APOLOGÍA DE SOCRATES.-


En el escenario del juicio socrático -un escenario dramático en cualquier caso, pero no sólo dramático sino también dialéctico- Sócrates actuará como el sujeto del pensamiento filosófico que se plantea la cuestión de la culpabilidad de la filosofía desde un punto de vista filosófico y dialéctico, sin otorgar ninguna importancia al efecto que producirá en las masas las conclusiones a que conduzcan los razonamientos. El problema de Sócrates es que la filosofía académica que manifiesta en el foro judicial no tiene cabida, porque resulta incomprensible para las masas y para los propios jueces de la democracia ática que son extraídos de esas propias masas. Sócrates se encuentra envuelto por la sociedad ateniense de principios del siglo V antes de nuestra era, la misma sociedad que había sido arrastrada por Alcibíades a la campaña contra Siracusa por decisión adoptada en la Asamblea, la misma sociedad que había condenado a Alcibíades por un delito de impiedad poco después de su nombramiento y partida, poniendo completamente en peligro la campaña de Siracusa que concluyó por ello en un rotundo fracaso. Es la sociedad de las ambiciones personales, de los aliados forzosos de la Liga Ática, de los oradores que únicamente se orientan a conseguir la persuasión de las masas en la asamblea para la adopción no ya de aquellas decisiones que creen mejores para los intereses generales del estado, sino las que lo son para los propios intereses particulares. Es la sociedad de la retórica al servicio de los intereses particulares de lo sicofantes que emplean los tribunales para obtener la muerte civil, política y física de los adversarios políticos. Unos tribunales constituidos por jueces ignorantes del derecho, un derecho que aun resulta demasiado primitivo –es preciso distinguirlo con claridad del derecho romano que alcanza un rigor técnico notoriamente superior-, demasiado inseguro, demasiado tendente a la arbitrariedad, excepto quizás en los aspectos procesales, aún vinculados a ceremonias de tipo religioso.

El juicio socrático pretende demostrar la belleza de una moralidad y una eticidad acordes con la filosofía, una belleza que se muestra por un lado como accesoria de la verdad, algo que la acompaña siempre como un efecto necesario de esta última, y por otro lado que se manifiesta poéticamente en la actitud trágica y solemne de Sócrates ante la muerte.

Las acusaciones arrojadas contra Sócrates son las acusaciones arrojadas contra la filosofía, porque el juicio de Sócrates es también el juicio de la filosofía. Tales acusaciones son fundamentalmente dos, quizás las más extendidas en Atenas: los filósofos niegan el carácter divino de los astros, y los filósofos ponen en tela de juicio la moral tradicional con argucias dialécticas.

La primera de las acusaciones aparece documentada en la comedia Las Nubes de Aristófanes en la que se presenta al personaje de Sócrates estudiando los astros en el “pensadero”. Se trata de una confusión entre la filosofía de la naturaleza de los jonios y el pensamiento filosófico que ya había iniciado Sócrates levemente y que Platón desarrollaría plenamente. El rechazo presente hacia la filosofía de la naturaleza de los jonios -más bien la metafísica presocrática de los jonios- radica fundamentalmente en la negación que tal doctrina comporta del carácter divino y animado de los astros, y en consecuencia de su confrontación con la religión tradicional griega. La impiedad que tal doctrina comporta conlleva la soberbia ante los dioses y atrae la cólera divina de los dioses sobre los hombres y las ciudades a los ojos de las masas, que mayoritariamente detestan a tales “filósofos”. Así el culto Pericles y su mujer Aspasia se vieron obligados a expulsar a Anaxágoras de Atenas ante la cólera popular. Sócrates tendrá que enfrentarse a estas acusaciones con toda la desventaja que ello comporta. Acusaciones que podrían tener su origen en el rumor propagado por la comedia aristofánica y por sus iniciales estudios de la filosofía de la naturaleza.

En segundo lugar la segunda de las acusaciones, no exenta de vinculación con la anterior por cuanto a los ojos del vulgo quienes niegan a los dioses, no temen el justo castigo que la vulneración de sus mandatos morales comporta; es la relativa a la corrupción de las costumbres y de la moral tradicional de los griegos a través de los sofisticados razonamientos dialécticos aporéticos empleados por los “filósofos” que ya saben desde un inicio a donde quieren ir a parar. Se confunde en este caso la filosofía con la sofística, ya que el vulgo parte de la certeza indubitada de la moral tradicional en donde se encontrará exclusivamente todo sentido de justicia sancionada por la voluntad de las divinidades olímpicas. Y por tanto todo aquél que cuestione dicha moralidad no pretende sino obtener un fin particular, un fin ético ajeno a los criterios de justicia morales y religiosos. Por ello, se confundirá al sofista que pretende triturar aparentemente tesis tradicionales para alcanzar un resultado apriorísticamente externo y al margen de la dialéctica interna de los razonamientos, con el filósofo que únicamente pondrá de manifiesto las contradicciones internas de las propias tesis éticas y morales tradicionales para alcanzar a través de los desarrollos internos dialécticos a los propios razonamientos nuevas conclusiones más claras desde el mismo punto de vista de la moralidad colectiva tradicional.
La tragedia de Sócrates es por un lado haber sido confundido con un sofista al ejercitar su labor filosófica, y por otro el carácter ineludible de dicha tragedia ya que tan sólo filosóficamente se podrían trazar las líneas de distinción existentes entre el sofista y el filósofo, técnica que no podía encontrarse mayoritariamente implantada y presente en la convulsa Atenas de la época, que era presa de las agitaciones forenses de los sicofantes y los sofistas, de las ambiciones políticas de los grandes personajes, y de una aun muy arraigada creencia en la religión y la moral tradicional.

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