CÁRMIDES.-
Este diálogo trata de la virtud de la prudencia. Sus personajes principales son Cármides y Critias, dos aristócratas atenienses (el segundo tío de Platón) que tendrían un destacado papel en el gobierno de los treinta tiranos durante el periodo más convulso e inestable de la política ateniense. Cármides y Critias son por lo tanto un modelo histórico de imprudencia política. Cármides es un aristócrata de prestigioso linaje nobiliario y de cuantiosa fortuna económica, mientras que Critias sin perjuicio de su pertenencia a la aristocracia destaca por sus conocimientos sofísticos. Critias es uno de los sofistas menores. Llama la atención el hecho de que en el diálogo el poderoso y joven Cármides se manifieste seguidor incondicional de las enseñanzas sofísticas de Critias, si se asocia esta idea a la trayectoria política de ambos personajes en la Atenas de los treinta tiranos. En este sentido se vuelve a repetir la idea del Alcibíades de los resultados.
La parte doctrinal del diálogo comienza con la tesis afirmada de Cármides de que la prudencia es la virtud por la que se demora y se retarda la realización de las acciones para alcanzar una mayor eficacia en los resultados perseguidos por tales acciones. La objeción de Sócrates es que en ocasiones la eficacia de una acción está vinculada a su ejecución rápida, y por lo tanto si la prudencia está asociada a la eficacia del resultado será imprudente demorar la acción en esos casos en que la rapidez en la ejecución es condición necesaria de la eficacia del resultado.
Cármides corrige su tesis inicial y sostiene que la prudencia es el pudor que impide la realización de las acciones impúdicas. Debe precisarse que no se debe entender el pudor con un referente meramente etológico o psicológico, sino con un sentido moralista y social. Sócrates objeta la presencia de numerosas ocasiones en que la prudencia requiere de un obrar desprovisto de pudor.
Tras las intervenciones de Cármides, toma el relevo el sofista Critias que comienza por afirmar que la prudencia es la virtud por la que cada uno se ocupa de sus propios asuntos privados, entendidos como los que conciernen exclusivamente a los intereses y beneficios particulares. La objeción de Sócrates es que en ese caso cada uno de los ciudadanos del estado debería dominar todos los saberes científico-tecnológicos y artesanales para proveer a sus necesidades personales. Frente a la definición idiota y eticista de prudencia de Cármides, Sócrates opone como objeción fundamental el carácter social y político del hombre que necesita vivir en sociedad y que no resulta comprensible fuera de esta sociedad en que se desarrollan y desenvuelven las necesidades individuales.
Critias ante la fuerza del argumento corrige su definición inicial de prudencia y afirma que la expresión imprecisa de ocuparse cada uno de lo suyo debe interpretarse en el sentido de que lo propio de cada uno ya no debe entenderse como del ocuparse de las necesidades éticas individuales, sino de ocuparse en aquellos cometidos político-sociales y la laborales asignados por la ciudad al individuo para el buen orden de ésta, es decir adopta justo el criterio político contrario al criterio ético que anteriormente había aplicado.
Sócrates tiene en cuenta que la prudencia desde un principio ha estado asociada a un resultado eficiente en las acciones humanas. También se apercibe de que a pesar de que los ciudadanos han sido formados en los distintos saberes científicos, tecnológicos, artesanales y prácticos; tal circunstancia no impide la presencia del error en el desempeño de las tareas propias de cada uno. Además el error tendría como efecto la ineficiencia de los resultados de las acciones humanas, y por lo tanto supone una realización imprudente de tales acciones. Y por tanto si el error debe considerarse como el resultado ineficiente y efecto de la imprudencia, la presencia del mismo con alcance general y sustancial en el proceso de realización de las tareas propias de los ciudadanos en cuanto tales, supone que la definición de la prudencia como la virtud por la que los ciudadanos se ocupan de las tareas que les son propias es errónea si se considera que la presencia estructural del error en el desempeño de tales tareas está vinculada a la imprudencia.
Critias opone que el error resulta externo a las disciplinas y sería localizable en el desconocimiento y en la ignorancia de quienes se ocupan de las disciplinas careciendo de la cualificación necesaria. El error como no ser presente en el ser de las disciplinas. Y por tanto la prudencia sería el saber que procura el conocimiento del resto de las ciencias y de las que se poseen y no se poseen. Sócrates objeta que la ciencia debe tener un objeto de conocimiento propio, y que no cabe una ciencia que tenga por objeto el estudio de otra ciencia, porque dicha ciencia se confundiría necesariamente con la ciencia que pretende estudiar al ocuparse finalmente de los mismos objetos de estudio. Además el error es concebido como elemento estructural y esencial interno al desempeño humano de las tareas propias de cada disciplina.
El error se encontraría en la forma de no ser en las disciplinas científicas, tecnológicas, artesanales y prácticas; y más concretamente en el desarrollo operatorio humano de tales tareas, y la prudencia sería tener en cuenta la presencia del no ser del error en el ser de las disciplinas al objeto de atajar en la medida de lo posible los errores y los resultados ineficientes. Se trataría de una virtud.
La concepción socrática es claramente dialéctica y tiene en cuenta el ser del no ser; mientras que la concepción sofística de Critias carece de alcance diálectico es claramente megárica, monista, y tiende a suprimir los problemas relativos a la pluralidad y al no ser y reducirlos de este modo a la nada, sin tener en cuenta que el no ser tiene ser propio aunque esté vinculado necesariamente al ser de algo.
Este diálogo trata de la virtud de la prudencia. Sus personajes principales son Cármides y Critias, dos aristócratas atenienses (el segundo tío de Platón) que tendrían un destacado papel en el gobierno de los treinta tiranos durante el periodo más convulso e inestable de la política ateniense. Cármides y Critias son por lo tanto un modelo histórico de imprudencia política. Cármides es un aristócrata de prestigioso linaje nobiliario y de cuantiosa fortuna económica, mientras que Critias sin perjuicio de su pertenencia a la aristocracia destaca por sus conocimientos sofísticos. Critias es uno de los sofistas menores. Llama la atención el hecho de que en el diálogo el poderoso y joven Cármides se manifieste seguidor incondicional de las enseñanzas sofísticas de Critias, si se asocia esta idea a la trayectoria política de ambos personajes en la Atenas de los treinta tiranos. En este sentido se vuelve a repetir la idea del Alcibíades de los resultados.
La parte doctrinal del diálogo comienza con la tesis afirmada de Cármides de que la prudencia es la virtud por la que se demora y se retarda la realización de las acciones para alcanzar una mayor eficacia en los resultados perseguidos por tales acciones. La objeción de Sócrates es que en ocasiones la eficacia de una acción está vinculada a su ejecución rápida, y por lo tanto si la prudencia está asociada a la eficacia del resultado será imprudente demorar la acción en esos casos en que la rapidez en la ejecución es condición necesaria de la eficacia del resultado.
Cármides corrige su tesis inicial y sostiene que la prudencia es el pudor que impide la realización de las acciones impúdicas. Debe precisarse que no se debe entender el pudor con un referente meramente etológico o psicológico, sino con un sentido moralista y social. Sócrates objeta la presencia de numerosas ocasiones en que la prudencia requiere de un obrar desprovisto de pudor.
Tras las intervenciones de Cármides, toma el relevo el sofista Critias que comienza por afirmar que la prudencia es la virtud por la que cada uno se ocupa de sus propios asuntos privados, entendidos como los que conciernen exclusivamente a los intereses y beneficios particulares. La objeción de Sócrates es que en ese caso cada uno de los ciudadanos del estado debería dominar todos los saberes científico-tecnológicos y artesanales para proveer a sus necesidades personales. Frente a la definición idiota y eticista de prudencia de Cármides, Sócrates opone como objeción fundamental el carácter social y político del hombre que necesita vivir en sociedad y que no resulta comprensible fuera de esta sociedad en que se desarrollan y desenvuelven las necesidades individuales.
Critias ante la fuerza del argumento corrige su definición inicial de prudencia y afirma que la expresión imprecisa de ocuparse cada uno de lo suyo debe interpretarse en el sentido de que lo propio de cada uno ya no debe entenderse como del ocuparse de las necesidades éticas individuales, sino de ocuparse en aquellos cometidos político-sociales y la laborales asignados por la ciudad al individuo para el buen orden de ésta, es decir adopta justo el criterio político contrario al criterio ético que anteriormente había aplicado.
Sócrates tiene en cuenta que la prudencia desde un principio ha estado asociada a un resultado eficiente en las acciones humanas. También se apercibe de que a pesar de que los ciudadanos han sido formados en los distintos saberes científicos, tecnológicos, artesanales y prácticos; tal circunstancia no impide la presencia del error en el desempeño de las tareas propias de cada uno. Además el error tendría como efecto la ineficiencia de los resultados de las acciones humanas, y por lo tanto supone una realización imprudente de tales acciones. Y por tanto si el error debe considerarse como el resultado ineficiente y efecto de la imprudencia, la presencia del mismo con alcance general y sustancial en el proceso de realización de las tareas propias de los ciudadanos en cuanto tales, supone que la definición de la prudencia como la virtud por la que los ciudadanos se ocupan de las tareas que les son propias es errónea si se considera que la presencia estructural del error en el desempeño de tales tareas está vinculada a la imprudencia.
Critias opone que el error resulta externo a las disciplinas y sería localizable en el desconocimiento y en la ignorancia de quienes se ocupan de las disciplinas careciendo de la cualificación necesaria. El error como no ser presente en el ser de las disciplinas. Y por tanto la prudencia sería el saber que procura el conocimiento del resto de las ciencias y de las que se poseen y no se poseen. Sócrates objeta que la ciencia debe tener un objeto de conocimiento propio, y que no cabe una ciencia que tenga por objeto el estudio de otra ciencia, porque dicha ciencia se confundiría necesariamente con la ciencia que pretende estudiar al ocuparse finalmente de los mismos objetos de estudio. Además el error es concebido como elemento estructural y esencial interno al desempeño humano de las tareas propias de cada disciplina.
El error se encontraría en la forma de no ser en las disciplinas científicas, tecnológicas, artesanales y prácticas; y más concretamente en el desarrollo operatorio humano de tales tareas, y la prudencia sería tener en cuenta la presencia del no ser del error en el ser de las disciplinas al objeto de atajar en la medida de lo posible los errores y los resultados ineficientes. Se trataría de una virtud.
La concepción socrática es claramente dialéctica y tiene en cuenta el ser del no ser; mientras que la concepción sofística de Critias carece de alcance diálectico es claramente megárica, monista, y tiende a suprimir los problemas relativos a la pluralidad y al no ser y reducirlos de este modo a la nada, sin tener en cuenta que el no ser tiene ser propio aunque esté vinculado necesariamente al ser de algo.
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