viernes, 23 de marzo de 2007

MENÉXENO

MENÉXENO.-

Por lo que se refiere a su estructura formal, el Menéxeno presenta la disposición atípica en los diálogos platónicos de un largo monólogo de retórica, que se introduce con el pretexto de reproducir un discurso fúnebre de los que se pronunciaban en los funerales de los soldados caídos en la defensa del estado.

El patriotismo es el núcleo esencial del diálogo que introducirá las determinaciones teóricas y prácticas de aquél a lo largo del monólogo. Un patriotismo que tendrá sus explicaciones teóricas y filosóficas en La República, pero que de momento debido a que se dirige a las masas, a quienes en virtud del principio de especialización de la producción resultaría ineficiente instruir, se manifiesta de un modo retórico. El personaje que escenifica la ignorancia del vulgo es el interlocutor de Sócrates que da nombre al diálogo, y que se encuentra completamente arrebatado y exaltado tras la audición de un discurso fúnebre en honor de los muertos en combate. No se está criticando veladamente la verdad filosófica oculta más allá del discurso retórico, sino la impotencia de este discurso para proceder racionalmente en comparación con la metodología dialéctica de la filosofía. Sin embargo es una crítica parcial, es una crítica escéptica que trata de poner de relieve las carencias de la retórica sin dejar de reconocer su utilidad como fuente de convicción del vulgo, como fuente de opinión verdadera.

En la primera parte del discurso se establece de modo mitológico la relación de identidad política esencial y necesaria entre los ciudadanos y el estado: los primeros antepasados habrían nacido directamente de la tierra-madre.

En la segunda parte se pondría de manifiesto la identidad esencial entre las leyes del estado y las disposiciones morales y políticas de los ciudadanos adquirida a través de la formación recibida del resto de los ciudadanos y de las propias leyes (esta afirmación habría sido puesta en boca de Protágoras y combatida por Sócrates en el diálogo Protágoras).

En la tercera parte se glorifican las acciones en política exterior de Atenas, que resultan virtuosas tanto por el modo sabio, valeroso y prudente con que se realizan, como por la bondad de los fines que persiguen. En una dimensión esencialista el modo de vida ateniense se vería universalizado como vida justa y buena, y por tanto las acciones dirigidas a extender dicho modo de vida resultarían justificadas y virtuosas. Por ello el discurso retórico pasa por alto algunas contingencias empíricas e individualizadas producidas en la vida ateniense que no habrían tenido nada de virtuoso, y las reduce a un plano existencial que no afectaría al plano esencial donde se habrían de ubicar los valores esenciales de la constitución ateniense.

Y en último término desde el punto de vista político se establecen los deberes recíprocos que se producen entre los ciudadanos y el estado e las situaciones de guerra. Los ciudadanos deben entregar su vida en defensa del estado, la vida de sus hijos de quienes habrán de enorgullecerse cuando mueran en combate, y la vida de sus padres a quienes habrán de emular y superar en virtud cuando fallezcan. El estado debe alimentar a los familiares dependientes de los caídos y el resto de ciudadanos honrarlos y reverenciarlos y asistirlos económicamente.

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